jueves, 29 de noviembre de 2007

Salmo 37, 4-5


“Pon tu alegría en el Señor, El te dará
Lo que ansió tu corazón.
Encomienda al Señor tus empresas,
Confía en El que lo hará bien.”

Gime la Naturaleza.


Parida de dolor gime a cantaros la naturaleza.
No pudiendo aguantar más tanta vejación,
entonó silente una voz que nació y murió en el olvido.
No le quedó más que soplar gritos de desesperación.

Gritos que con tanta furia retorcieron la tierra.
Sus gemidos sangraban llagas de dolor.
Sin querer destruyó el verde de muchos amaneceres.
El ensanchamiento de su corazón dilataba su dormir.
A aquella que fue coloreada con mágica tinta de arco iris,
le habían rasgado sus últimas gotas de color.

Nadie lo esperaba. No la creen con derechos.
No la creen con sentir, no la creen con espera.
Necesitó emerger. No podía callar más.
Y allí estaba ella sin querer, rodando, divagando
en respuesta de nuestra iniquidad.

Ella también llora a sus muertos.
Ella también llora a su heredad.
Ella también llora el desaliento.
Ella también llora su estela.
Ella también llora su propio pesar…

Despierta!

Él es...


Él es el refugio en el cual albergo mi espíritu cansado.
Él es la estrella de la mañana que ilumina mis senderos.
Él es la fuente inagotable del caudal que sacia mi alma.
Él es el que camino que anhela calzar mis huellas.
Él es lo más hermoso, lo eterno de lo infinito.

Él es el verbo de la Palabra hecha hombre.
Él es majestad, perfección, poder, amor, santidad.
Él es perdón, misericordia, plenitud, libertad.
Él es el perpetuo anhelo de mi corazón.
Él es mi más grande deseo, mi único anhelo.


Él es el Rey del universo.
Él es el dueño de todo lo creado.

Él es mi roca, mi fortaleza, mi verdad, mi razón y mi fe.
Él es mi vida, mi muerte, mi renacer y mi resurrección.
Él es mi meta, mi corona, mi aire, mi mover.

Él es cada uno de mis pensamientos, cada uno de mis sueños.

Él es el Salvador que vino por mi alma.
Él es el santo cordero de Dios, el sacrificio perfecto.
Él es mi sumo sacerdote, mi cortina rasgada.
Él es mi espada, mi escudo y mi redención.


Él es… El es más que ser…
Él es el todo, el es el único.
Él es el más, el soberano.
Él es mi espera, mi llama, mi comenzar…
Él es … Jesús ...






miércoles, 28 de noviembre de 2007

Analiza la fuente.


Muchas son las veces en que personas a nuestro alrededor “comparten” ciertos comentarios que de una manera u otra pueden molestarnos y hasta inclusive crear heridas en nuestro ser. En otras ocasiones alguien, con buena intención o con la falta de esta, nos dice que tal gente dijo no sé qué cosa acerca de nosotros.

No siempre podemos evitarnos el dolor, la herida, la vergüenza, o la impotencia que estas palabras pueden causar en nosotros. Pero ojo, ese “no siempre” puede variar, si analizamos la fuente.

Cuando una persona que realmente te ama, te quiere, te valora, te hace una observación, una sugerencia o simplemente comparte contigo su manera de ver o entender algo que tu hayas hecho y que a su parecer no haya estado bien (o al parecer de cualquier mortal) nunca sentirás dolor, herida, vergüenza o impotencia porque en cada una de sus palabras (que tal vez lleguen como dardos hasta ti) estarán embalsamadas de dulzura y tacto; y en el fondo de la “reprimenda” sentirás que ha quedado en ti el sabor agradable y grato de que esa persona te lo dijo porque le importas, porque te quiere.

El problema no es el comentario, sino la fuente. Detente un momento antes de abrirte al dolor que te pueda causar cualquier comentario, para estudiar, y hasta fríamente analizar la fuente. El mismo comentario, dos personas diferentes, una con buena intención, otra con mala, a una le importas, a la otra no le vas ni le vienes; entonces que vas a sopesar? El comentario o la fuente?

Sé libre en el nombre de Jesús y pídele siempre a que te ayude siempre a analizar la fuente. Recuerda que aunque todos somos hijos amadísimos de Dios, no les caemos bien a todos. Así que recuerda, analiza primero la fuente (quién lo dijo), y después, solamente después, sopesa el comentario.

Que se nos note..!!!


No basta con autodenominarnos cristianos, no basta con que vayamos a la iglesia, ni con que le sirvamos al Señor, ni con darnos los tres golpes en el pecho en el justo momento del “por mi culpa” en pleno medio del yo confieso. No basta con que le alabemos ni que le adoremos en público sino lo hacemos en lo secreto. De nada nos sirve doblegar el cuerpo si antes no arrodillamos el corazón. No basta con autoproclamarnos (a nivel de altoparlante) “Siervos de Dios” (santo! esa denominación no cabe en mi boca) si los demás no son capaces de ver en nosotros ni el más mínimo destello de su unción (y por unción hablo de su amor, de su caridad, de su húmildad).
Hermanos... que se nos note! Que se nos note que Jesús está vivo! Qué El ha transformado nuestras vidas! Que ya no somos más los duros de corazón, que aunque estemos en medio del desierto, por la gracia de Dios podemos crecer como arboles de vida, que el hombre viejo ya no vive más en nosotros sino el mismo Dios… no basta con llamarnos cristianos, no basta con decir Señor, Señor… no, no basta.
Sí, puede ser que el Señor nos utilice, y mucho… pero vamos… a quien engañamos? Tal vez a los hombres, pero a Él no.

A mi madre.

Te han vestido de luna hermosa reina.
Las estrellas que giran en torno a tu esplendor
murmuran silente el lucimiento de tu presencia.
Caminas destellando grandeza y a tu paso
transformas mi corazón.
Y me llenas de tu luz, de tu amor,
Y me haces feliz.
Te amo... y por siempre te estaré agradecida.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Pidiendo su voluntad (Oración).


Por favor mi buen Dios, Padre de misericordia,
te imploro que nunca me des lo que te pido
si no es lo que tú me quieres dar,
que nunca anhele yo lo que no ha sido puesto por ti en mi corazón

y que sea siempre en mi tu voluntad
y no la de mi carne.




Amén.

Anhelo de buscarle más (Oración).

Como siervo que brama en busca de un río
buscaré yo llenar mi copa de ti,
de la plenitud de tu amor...

y en el gozo de tu presencia
madrugaré tras el reflejo de tu rostro.
Mi alma por siempre anhelará el abrigo de tu sombra.
Buscaré ser sagrario de tus mandatos.
Fiel a los deseos de mi espíritu guárdame oh buen Padre!.
Ayúdame a buscarte cada día más.
Amén.

Afirma mis pasos!


“Afirma mis pasos en tus caminos
Para que no tropiecen mis pies.” Salmo 17 (126), 5.

Que bueno es Dios! Es tan bueno que no se hace esperar y más aún, siempre da al que le pide. Está en nosotros la decisión de cada mañana encomendar no tan sólo nuestro día, sino toda nuestra vida (esto incluye todas sus áreas) al Señor que es amor (por cierto).
Solamente los que hemos sido testigos de que para Dios nada hay imposible y de que nuestros problemas son nada ante Él que lo es todo, conocemos que en Él hay verdadero poder.
Solamente los que hemos gustado de su misericordia y su amor sabemos que su poder puede enmendar corazones y actitudes.
Solamente los que en algún momento de nuestras vidas hemos rendido todo nuestro ser ante Dios reconociéndolo como el único capaz de querer y hacer realidad en nuestras vidas todo lo mejor para nosotros (sus hijos), podemos pedirle que afirme nuestros pasos en el único camino que lleva a la vida eterna (por más estrecho que pueda ser).
Fíjate que el Salmista le especifica que afirme sus pasos en “sus caminos”. Hay varios caminos, pero uno sólo nos llevará al Padre, y ese camino es Jesús. Él le pide esto porque no quiere que sus pies tropiecen. Nadie dijo que iba a ser fácil… el camino bueno es difícil porque exige un negar… exige negarnos a nosotros mismos para que sea Jesús quien comience a vivir en nosotros. La vida que llevaba Jesús no era una vida fácil. Era una vida de servicio y de amor; cuando se sirve y se ama como Jesús hay sufrimiento… pues Él no sólo vivía de esa manera para sus amigos, sino también para sus enemigos.
Aún en los caminos de Dios nuestros pies tropiezan, y tropiezan porque muchas veces (por no decir casi siempre) no queremos andar como andaba Jesús (raras veces lo pedimos en nuestras oraciones). Y esto no es fácil, esto exige sacrificio… es un sacrificio que nos lleva hasta la cruz y que nos hace resucitar en gloria con Jesús cada vez que morimos a nuestra propio yo, y damos paso a que nazca en nosotros aquel bebé de Jerusalén que aunque sus pies hayan tropezados en el camino que le llevaba al calvario, nunca se permitió quedar en el suelo, porque a ti y mí, nos había afirmado en lo más profundo y perfecto de su corazón.

Bendición.

"Que el Señor te bendiga y te proteja... Que Él te mire con amor y te conceda la paz." Números 6, 24-26.